sábado, octubre 29, 2005

Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas, cómo haremos para lavarnos de su quemadura dulce que prosigue, que se aposenta para durar aliada al tiempo y al recuerdo, a las sustancias pegajosas que nos retienen de este lado, y que nos arderá dulcemente hasta calcinarnos. Entonces es mejor pactar con los gatos y con los musgos, trabar amistad inmediata con las porteras de roncas voces, con las criaturas pálidas y sufrientes que acechan en las ventanas jugando con una rama seca. Ardiendo así sin tregua, soportando la quemadura central que avanza como la madurez paulatina del fruto, ser el pulso de una hoguera en esta maraña de piedra interminable, caminar por las noches de nuestra vida con la obediencia de la sangre en su circuito ciego.

"Rayuela", de Julio Cortázar

miércoles, octubre 26, 2005


38. Análisis de la canción “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí”, por Carolina dos.
Los meses posteriores al abandono de Mario y las semanas posteriores a su desaparición (anunciada pero repentina a la vez) me obsesiono por buscarle un significado a la canción “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí” de Los Abuelos de la Nada.
Para empezar el nombre es sugestivo. “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí” es una canción alegre que habla del abandono. Miguel Abuelo, autor de la canción y líder máximo de la banda, canta: ¿dónde estás mi Marilu?, ¿en África o en Benelux?. Un abandono extraño, tomando en cuenta de que Marilu huye con un marinero Bengalí y Miguel Abuelo canta: Satán pinchó su cola.
Todo esto hace que me acuerde de Mario. Algunas veces, cuando me canso de estar metida en casa y no tengo ganas ni de estudiar ni de ir a la universidad, me quedo y aprovecho los momentos en que está libre la sala y meto el DVD pirata de Los Abuelos de la Nada y escucho la canción varias veces. Luego salgo a caminar y hago tiempo contemplando la vereda rota como si estuviera reseca, y me pregunto dónde estará Mario y con quién.
En la versión en vivo, Miguel Abuelo comienza la canción gritando: ¡Marilúúúú!. Es la misma versión en vivo del concierto donde un físico culturista negro sube al escenario con los músculos cubiertos de aceite. Tal vez, el objetivo real de Miguel Abuelo con Los Abuelos de la Nada fue formar en Argentina una banda glam.
Entonces, algunas tardes de diciembre en las que me acuerdo de Mario no puedo evitar pensar en esta canción, y las luces fosforescentes en mi cerebro son producto de los recuerdos que aparecen cuando pienso en la época que pasé con Mario. Dentro de todo, no puedo dejar de sentirme agradecida por hacerme entrar en su mundo y por obligarme a salir de él. Al abandonarme, Mario marcó en mí la misma herida de la que Miguel Abuelo habla en la canción. Y esta misma herida sin cicatrizar es la que hace que me acuerde de que no me debo enamorar nunca.
Por eso el mes de diciembre se hace tan largo, y por eso no estudio ni voy a la universidad, y por eso los exámenes finales llegan en vísperas de nochebuena y cuando se ha acabado el ciclo y se ha acabado la cena, miro a mi alrededor y me pregunto dónde estará Mario y con quién. Y es inevitable hacerlo pero le presto atención al árbol de navidad (de plástico, relegado a una esquina) y le presto atención a las caras de mis padres y a mi familia, y cuando dan las doce no puedo evitar ponerme de pié y escapar.
Y cuando estoy afuera, en la calle, oliendo el olor a pólvora tan característico de la navidad peruana, me pongo a pensar todavía un poco más en lo que pasó y recuerdo cada detalle con claridad. Y pienso en que es imposible dejar de torturarme con aquella historia (aunque yo haya tenido un papel tan secundario) y no puedo dejar de pensar en Carolina Franco, en su pelo ondulado, sus lentes, su cuerpo delgado y su sonrisa.
Tal vez a ella le tocó la mejor parte, aunque eso es algo que nunca lograré saber, y me limito a contemplarla cuando la veo caminar por la facultad, y pienso aliviada en que tal vez ella pasó por la misma enfermedad que yo.
Por eso me dedico tantas horas del día a darle vueltas al asunto en mi cabeza, y por eso nunca olvidaré el día en que Mario vino a mí con sus anteojos a la altura de la nariz y el pelo desordenado, hablando como un loco y diciendo que su prima estaba mal, porque ella había ligado con otro y eso era algo que él no podía soportar. Nada más volvió donde mí para hablarme de ella, y yo lo tuve que soportar los días siguientes merodeando la universidad sin entrar a clases y sin ir a ningún lado.
La última vez que lo vi, me dijo:
- ¿Sabes que tienes la sonrisa de Helen Hunt?
Parecía drogado. No se bañaba en días y tenía los ojos bien abiertos, una sonrisa retorcida y una botella de agua mineral en la mano.
- No, no lo sabía.
- Pues es muy cierto -dijo él, dándole un sorbo a su botella de agua mineral.
Sin duda, esa mañana él se había metido algo más que marihuana y agua mineral.
- ¿Vas a entrar a clases? -le pregunté, después de un rato.
Él negó con la cabeza, dijo:
- No, yo voy a irme para siempre de aquí.
Yo me reí.
- ¿Y a dónde te vas? -le pregunté.
- Me voy a Cuzco.
Mario sonrió.
- A Cuzco...
- Sí -dijo, perdiendo su mirada entre un montón de rostros y bocas.
- Pues, que te vaya muy bien -le dije.
Esta noche escucho los cohetes silbar cerca a mi casa, en Breña, donde algunas cuantas sombras escondidas en el pavimento me acompañan durante esta terrible navidad. Y hay algunas voces que me aturden mientras camino y hay algunas miradas que me asustan, mientras en alguna otra calle desolada me espera algún recuerdo ingrato y alguna que otra cagada de perro. Hoy es navidad y me pregunto dónde estará y con quién.

lunes, octubre 24, 2005

la tarde se ha puesto amarilla

conocí a una chica
que se parecía a Elizabeth Wurtzel,
en Nación Prozac.
Era una chica callada
que hacía bastante bien el amor
que tenía dos grandes ojeras
oscuras, que caían por sus ojos.
Y su pelo también caía
a ambos lados.
Solo una vez me animé y le pregunté:
por qué tienes ojeras?
Fumábamos hierba barata
en un hostal barato
y pasaban el programa musical
de los sábados
por canal siete.
Ella me dijo:
tengo ojeras
porque tengo insomnio
tengo pena
y tengo borracheras de llanto en mis ojos.

Deberías ver a un siquiatra, le dije
después de un rato.
Ella estaba en ropa interior
y yo seguía fumando,
la situación se había puesto cómoda
después de tirar,
y sus ojos caían como un péndulo.
Ella seguía en ropa interior
y yo estaba desnudo
caminando por el cuarto
bebiendo un trago brasilero
que me había regalado un amigo.

Nadie es feliz de la misma manera, me dijo la chica
después de tirar por tercera vez.
Ella era, de verdad,
muy buena en la cama
así que tenía dos grandes tetas
que yo chupaba con desdén.
Aquel polvo había durado media hora.
Nadie es feliz de la misma manera, me dijo,
porque nadie ha estado tan triste como yo
y la tarde se ha puesto amarilla.

Después de fumar
se escuchaba un bossanova desde la pantalla del televisor
el programa “Sonidos del mundo” casi llegaba a su fin
empezamos a tirar otra vez,
ella estaba encima mío
en una especie de transe glorioso.
Por qué lloras por las noches
después de pensar?, le pregunté.
La chica no me respondió
y siguió tirando,
subiendo y bajando encima mío.
Subiendo y bajando.
Tenía buen cuerpo,
sobre todo cuando estaba desnuda
aunque como Elizabeth Wurtzel,
en Nación Prozac,
siempre se sintió un bicho raro.
Mientras tirábamos,
ella me miró a los ojos.
Después de un rato, cuando la despedí,
ya se había hecho de noche.
La acompañé a tomar un taxi
y se fue.

domingo, octubre 23, 2005


37.
Le estoy dando de fumar a un tipo en el baño del Waio´s sin decir nada. Lo desagradable del asunto es que le estoy dando de fumar cogiendo el wiro por la mitad mientras él orina. Mis dedos chocan con sus labios y el tipo al que le doy de fumar en el baño del Waio´s tiene un aspecto terrible. La cara alargada y su pelo seco, lleno de mechones que se le caen a ambos lados.
Dejo de darle de fumar y guardo en mi bolsillo lo que queda del wiro.
- Oye -dice el tipo, que todavía no ha dejado de orinar-. No seas tan malo, convídame un poco.
- Ya lo hice.
- Acabo de llegar de Cuzco -dice.
- ¿Y?
- Acabo de llegar de Cuzco, hermano -dice, esta vez con un acento extraño-. No sabes lo caro y lo difícil que es conseguir allá...
- ¿En serio?
- Sí, hermano...
- Toma -le digo después de un rato, cuando ha dejado de orinar y se ha subido el pantalón.
- Gracias, hermano -coge lo que queda del wiro y lo prende-. Una pregunta más, causita: por casualidad, ¿te llamas Oscar?
- No. Nadie se llama Oscar aquí -le digo.
Cuando salgo del baño tengo la extraña sensación de haber sido violado mentalmente. Pero aquella sensación desaparece cuando ubico a Carolina sentada dándole la espalda al enorme espejo del bar.
Ella me pregunta:
- ¿Te sientes bien?
- Nada más un tipo en el baño...
Cuando estamos afuera, llevo a Carolina tomada de la cintura por el malecón de Barranco. Luego le empiezo a besar el cuello y las yemas de mis dedos recorren su piel por debajo de su blusa. Carolina dice:
- Creo que es hora de tomar un taxi.
Pero es demasiado tarde.
Por el malecón de Barranco pasan ambulantes que venden todo tipo de cosas: cigarrillos, caramelos, condones... Y entre las sombras, logramos distinguir otras parejas que se besan y transan gemidos por igual. Y de un momento a otro siento que alguien habla de mí y dice cosas, como una especie de narrador omnipresente que sólo puede ser Dios. Y es cuando logro escuchar con claridad (mientras toco los senos de Carolina, y busco sus pezones, y ella se encuentra en una especie de transe) que alguien dice cosas sobre mí en esta situación.
Pero todo resultan tan confuso y emocionante al mismo tiempo que subo la camisa a cuadros de Carolina y subo su sostén y me encariño con sus tetas. Son tetas más o menos grandes, con caída, lo suficientemente grandes como para comerlas y adorarlas. Y todo está tan oscuro que bajo una de mis manos hasta el borde de su pantalón e introduzco mis dedos dentro de ella. Nadie dice nada. Todo empieza a cobrar sentido. Hasta que vuelve aquella voz diciendo cosas sobre mí. Y Carolina, después de que he sacado mis dedos de debajo de su pantalón, y después de que he percibido otra vez el olor de las mujeres, me empieza a abrazar todavía con más fuerza que antes y a decir: te quiero, te quiero sólo para mí.

miércoles, octubre 19, 2005


36.
Por el televisor de la casa de Lili pasan el capítulo de “The Nany” en el que Fran sale con un tipo muy guapo y mister Sheffield se pone celoso. Mientras va avanzando el capítulo, el tipo con el que sale Fran va volviéndose progresivamente perfecto. En determinado punto del capítulo, casi llegando al final, Fran se encuentra con este tipo en una boda judía, y su madre (con aquella voz tan nasal) le dice: Fran, él tu primo Bob. Es cuando Fran voltea y empieza a escupir.
Todo esto Lili y yo lo vemos echados en su cama. Es el primer día en que Lili tiene cable por lo que la hemos pasado echados en la cama sin decir nada, mientras dejamos que los programas pasen y pasen. A veces cambiamos de canal y hacemos algo de zapping y vemos MTV, Cinemax, Nat Geo, HBO, etc... Luego, por lo general, estacionamos en el canal retro y nunca apagamos el televisor.
Lili tiene ahora cable porque le va bien en el nuevo local de comida vegetariana y ropa oriental que abrió hace dos años con una amiga en el centro de Lima. Allí venden ropa, bonáis, comida naturista, algunos folletos y postales y mapas de la ciudad para los turistas. Yo no sé qué atractivo puede tener un lugar de comida vegetariana y ropa oriental para los turistas. El caso es que les va bien.
Lili me mira. Hace más de dos horas que no dice nada y se ha limitado a ignorarme por completo después de tirar. Yo nada más me quedo desnudo en la cama, sin decir nada.
- ¿Qué clases perdiste? -me pregunta, después de un rato, mientras prende un cigarro tendida boca arriba en su cama.
- No lo sé... ¿Importa?
Suelo perder clases por venir aquí a tirar con Lili. Casi siempre es en las mañanas cuando le toca a su amiga abrir la tiendita de ropa oriental.
- Se supone que tienes que ir a clases para aprobar el ciclo...
- Jmmm.
- Sí -dice Lili, botando el humo de su cigarrillo que llega al techo. Hace unas semanas venía todos los días, hasta que Lili me dijo- ¿Tienes que venir todos los días? -y me dejó afuera, sin hacer nada.
- No me dan ganas de ir a clase y punto.
Lili se pone de pié en calzones y camina por su departamento. Alrededor hay un montón de libros y un montón de ropa sucia esparcida por el piso. Se nota que los calzones de Lili solían tener color, pero ya no.
- Creo que te estás enojando por las huevas. Tu punto de vista parece la de un niño inmaduro. A mí me hubiera gustado poder ir a la universidad y toda esa mierda...
Me siento encima de la cama. Por la televisión pasan “Seinfield”, por lo que calculo deben ser más de las tres. Percibo el olor del cigarro. Me provoca fumar un troncho.
- Tengo hambre -le digo a Lili.
Lili, que se está poniendo su vestido morado sin sostén, abre la refrigeradora antigua que hay en medio de su sala y saca un recipiente con lo que parecen ser los macarrones con queso de anoche. Sin decirme nada, lo mete al microondas que produce un sonido eléctrico.
- Se me ha hecho muy tarde -dice.
- Lili -le digo, después de un rato, sentado en la cama, comiendo los macarrones con queso entre fríos y calientes, con una textura pegajosa-, ¿alguna vez sufriste por alguien?
Lili se está pintando el borde de los ojos, y dice:
- Alguna vez.
- ¿Fue hace mucho?
Lili se queda pensando.
- Creo que fue a principios de 1989...
Luego se echa reír.
- ¿Por qué? -Me pregunta, después de un rato- ¿Sufres por alguien?
Niego con la cabeza y le digo:
- No. Sólo preguntaba...
El recipiente tiene algunos macarrones pegados al fondo que me rehuso a comer.
Lili se pone de pié, camina hasta donde mí y me besa.
- Ya me tengo que ir.
- ¿Alguna vez te han dicho que te pareces a Helen Hunt?
Cuando Lili se va, ya ha comenzado “Mat about you”.
El resto del día trato de convencerme de que no vivo en “Dawson´s creek”.

domingo, octubre 16, 2005

"(...) pues no hubo una causa única o dominante. La tecnología por sí sola, no es la fuerza impulsora de la historia. Ni lo son por sí mismos los valores o las ideas. Ni lo es la lucha de clases. Ni es la historia simplemente un conjunto de cambios ecológicos, tendencias demográficas o inventos de comunicación. La economía sola no puede explicar éste ni ningún otro acontecimiento histórico. No existe ninguna "variable independiente" de la que dependen otras variables. Existen solo variables interrelacionadas, ilimitadas en su complejidad."
(Extraído de "La tercera ola" de Alvin Toffler.)

martes, octubre 11, 2005


35.
- Y qué tal Carolina dos -preguntó Droguerto.
Estaban en el edificio de un amigo. Era un amigo de ésos amigos raros de Droguerto. Había un piano de pared y un montón de cuadros. Cuando Franz apareció, Miguel se apuró en decir:
- Puta qué chévere tu casa huevón.
- No sé -dijo Mario, refiriéndose a lo que le había preguntado Droguerto-, es rara...
- ¿Qué tiene de rara? ¿Tiene tres tetas?
Franz volteó y se dirigió al cuarto en el que supuestamente estaba su madre. Se escuchaba el sonido de un televisor, pero nunca voces. Resultaba raro, tomando en cuenta que Droguerto siempre se burlaba de Franz comparándolo con el personaje de Spicosis.
- Franz está a punto de convertirse en un jodido insecto -dijo Miguel.
Mario asintió.
- Tiene razón -dijo.
- Bueno -se aclara la voz Droguerto- todavía no nos has dicho qué tiene de raro...
- Nada. Es que sólo hemos salido una vez. Y no sé, creo que busco a mi prima en ella y no es la voz.
- ¿Tu prima? Ya olvídate de esa huevona.
Entra Franz a la habitación. Lleva un saco y su pelo es como el de la primera época de los Beatles. Es absolutamente flaco y lampiño, tiene las ojeras pronunciadas, ojos grandes y rojos. Droguerto dice que la mezcla de pastillas antidepresivas, alcohol y drogas tiene ese efecto en las personas.
Una vez que están afuera, Miguel le pregunta a Franz:
- ¿Te has inyectado hoy?
Franz sonríe. Saca una jeringa de uno de los bolsillos de su saco y se la enseña.
Mario le pregunta:
- ¿Qué te inyectas?
Están caminando por la avenida Grau de Barranco. Los automóviles van de un lado a otro alumbrando la calle con luces amarillas. Algunas pistas están rotas y algunas paredes también. Hay farmacias, bancos, locales, bares. Pasan junto al mercado de Barranco. Está abandonado. Alguien ha pintado con spray negro cucarachas enormes.
- Morfina, Ketamina... una vez me inyecté cocaína.
Franz pocas veces habla. Algunas veces es para discutir alguna película de Bela Lugosi que nadie ha visto. Otras veces para discernir equivocadamente de algún tema o para decir que en su casa tiene marihuana pero ahora no. Esta vez habló para decirle a Mario qué cosa se había inyectado.
- Ahora sí, dinos... qué pasó. -Droguerto cruzó los brazos. En uno tenía prendido el cigarro de marihuana que había armado. Miguel se dispuso a servirse un poco más de cerveza. Franz dormía con la cara escondida entre sus brazos. El local estaba lleno, la gente gritaba y sólo se podía respirar humo.
- Nada. Resulta que tiene enamorado...
Miguel y Droguerto se ríen. Se pasan el cigarro de marihuana. Antes de botar el humo, beben grandes tragos de cerveza.
- ¿En serio?
- Así son las mujeres, huevón.
- Es raro -dice Mario-, porque yo quedé en salir con ella y las intenciones eran obvias.
- ¿Pasó algo?
- Eso es lo peor, no pasó nada.
- ¿Y ahora? -preguntó Miguel, después de un rato.
Se había acabado la marihuana y la cerveza.
- Supongo que volveré a salir con ella.
- Entonces -dijo Droguerto-, te la quieres agarrar y toda la mierda.
- Lo único que yo quiero es olvidarme de mi prima.

34.
Un amigo le dijo por Internet: escucha Men at work, la canción Who can it be now tiene la respuesta a todas tus preguntas. Claro que era un amigo del colegio, de ésos que en quinto año se hacen un “look recontra dark” pero en cuanto es sorprendido tomando los somníferos de su vieja lo mandan a Cuba, a un centro de rehabilitación, y cuando menos te lo esperas, o cuando menos te lo imaginas, ya lo ves por Internet hablándote de quiénes en la promoción tienen qué carro, de qué año son y por qué.
Pues bien, en una de ésas conversaciones con el recién llegado de la Habana (dice que ya no se pincha, que ya ni si quiera bebe cerveza, que por las noches tiene pesadillas horribles y que no puede estudiar ni trabajar) le dice: mira, hermano, la solución la tiene Men at work. Esos jodidos tíos saben lo que dicen. Escucha Who can it be now y lávate la cara, escucha Who can it be now y lávate la cara, escucha Who can it be now y lávate la cara...
Pero después de haberse lavado la cara ocho veces y después de haber escuchado Who can it be now unas mil, la situación no cambia.
Suena el teléfono:
- ¿Quién es?
- Hola.
- ¿Quién es?
Un par de moscas pasan zumbando.
- Soy Lili.
- ¿Lili?
- Sí. Lili. Escucha, Droguerto me dio tu teléfono... -se hace un silencio estremecedor.
Se produce un zumbido proveniente de la línea telefónica.
Luego desaparece.
- Últimamente me ha dado por escuchar mucho Men at work... -Mario se miró en el espejo. De allí resbalaban gotas de agua sucia que parecía sudor- Ya sabes. Cosas como Instrucción Cívica, Los abuelos de la Nada, Sumo, Phil Collins, Michael Jackson...
Mario percibe un olor fétido.
- No sé de qué hablas...
- ¿Has escuchado alguna vez Hip to be square?
- ¿Qué?
- De Hughie Lewis...
Lili se queda callada un rato.
- De verdad. No sé de qué hablas.

viernes, octubre 07, 2005


33. Prima-vera (meiosis)
Mario aguanta respiración y mira desde el último piso de su facultad el campus universitario que se expande entre los edificios y los árboles altos, mientras el cielo gris avanza y las nubes de algodón son reemplazadas a veces por un sol radiante que baña la ciudad de un color extraño.
Lleva la mochila colgada a la altura del antebrazo. Tiene el pelo desordenado y barba de hace más de un mes. Anteojos con resina photogray. Bigote. En la cabeza lleva un par de audífonos del que sale una música estruendosa.
Carolina lo ve así cuando lo aborda.
- Oye.
Mario voltea y se saca los audífonos. La música que escucha es una suerte de rock pesado. Como todo lo que consume Mario, la música es pesada.
- Carolina, ¿cómo estás?
- Bien.
Ambos se quedan callados. Mario sigue contemplando el cielo mientras avanza sobre sus cabezas. Los árboles y los edificios de la universidad se mueven con el viento.
- ¿Cómo has estado tú?
- Bien.
- No has estado yendo a clases.
- No.
- ¿Qué has estado haciendo, entonces? -pregunta Carolina, después de unos minutos.
- Lo de siempre. Me tiro la pera, fumo todo el día y a estas alturas ya estoy muy confundido.
Poco a poco se va haciendo de noche.
Alguien que jugaba fútbol se los quedó mirando largo rato parado encima la canchita de cemento.
Una chica sentada en una de las bancas del campus le perdió atención al libro que leía, los miró y pensó que ambos hacían bonita pareja.
- Deberías entrar al salón de vez en cuanto. En un mes son los parciales.
La pelota salió de la canchita de cemento y rodó hacia la cafetería.
Mario suspiró:
- Por favor, Carolina, dime algo que no sepa.
Uno de los que jugaban fútbol le pidió la pelota a una chica que caminaba cargando unos libros.
- ¡Patea!
La chica se detuvo. Rozó la pelota con zapatos de tacón alto.
- Las mujeres no sirven para nada...
- ¿Sabes quién está en mi clase de Dinámica y comportamiento?
- Winston Churchill.
- No. Nada que ver.
Y después de un rato:
- Tu prima.
Mario cambia de expresión. Sonríe. Después de un rato, deja se sonreír.
- Ja, ja, ja.. -Mario se echa a reír.
- ¿De qué te ríes?
- Ya sabes, de lo pequeño que es el mundo...
Carolina lleva un saco marrón largo y el pelo mojado, cubierto con una especie de crema hidratante. Huele bien y eso hace que a Mario le den ganas de regresar.
- No soy tu prima.
- Ya sé.
Y después de un rato:
- ¿Cómo es que te diste cuenta que era mi prima?
- No soy tan cojuda.
- Es que era muy obvio.
Al principio, Carolina no sabe qué decir.
- Sí, ¡era muy obvio!
- Pero eso ya no importa, Carolina.
- ¡No! ¡Sí importa! ¡Yo importo mucho! Yo sí importo mucho. ¿Y sabes qué? Desde que empecé a salir contigo siempre fui... mierda... la sombra de ésa huevona, y ahora ella está en mi salón y la tengo que ver cuatro veces por semana, dos veces los martes. ¡Llevo dos cursos con ella!
- Debe ser horrible.
- Sí, es muy horrible.
- ¿Pero cómo te diste cuenta?
Carolina se queda mirándolo. Detrás de él se hace de noche. En la universidad se prenden las luces de los edificios, los salones de clase, las oficinas y los postes de luz que alumbran la canchita de fútbol con unos reflectores enormes.
- Son tan parecidos. -Carolina siente un nudo en el estómago.- Lo peor de todo es que ella también se llama Carolina.
- Sí.
Y después de un rato:
- Es un amor estúpido el que sientes por ella, pero yo soy más estúpida todavía.
Mario vuelve a darle la espalda para contemplar la ciudad universitaria. Los edificios de luces prendidas y los árboles. De aquella música estruendosa que sale de sus audífonos Carolina logra identificar “All Apologies” de Nirvana.
- Mira, ahí está...
Mario la señala. La chica de rulitos camina contenta por el cemento que atraviesa el campus y riega el jardín de banquitas de madera y metal como si fuera un parque. Saluda a la chica que está leyendo un libro, le da un beso y se sienta junto a ella. Ambas conversan. La chica de rulitos lleva lentes, una casaca de buzo, y su pelo, lleno de rulitos, la acompaña a todas partes, junto a la mochila de cuero marrón que lleva en la espalda.
- No sé como puedes estar enamorado de ella.
Mario la mira.
- Mira ahí va.
- Ya se fue.
- Me encanta cuando se va.
- Siempre lo hace.
- Es cierto.
Mario, que está vestido de negro, voltea y mira a Carolina a los ojos.
- No soy tu prima.
- Nunca lo fuiste.

martes, octubre 04, 2005


32.
La pantalla del televisor eran hormigas negras peleando contra hormigas blancas.
El ruido del aparato complementaba la escena: un cuarto oscuro, un sillón vacío, un televisor proyectando sombras detrás del sillón.
A la altura de la mesa del comedor, Carolina está de pié hablando por teléfono:
- Eso es todo...
Los ojos de Carolina están rojos y tiene la voz entrecortada. Habla con cuidado para no despertar a sus padres, pero no se molesta en apagar el televisor o en volver a conectar la antena.
Toma un vaso de agua y luego lo deja.
- No. Ya te dije que no lo volveré a ver...
Camina hasta la cocina.
- No me dio explicaciones, nada más me dijo lo que ya te conté.
Carolina, cuando pasa por el baño, se mira los ojos en el espejo que logra reflejar su imagen desde el corredor. Nota sus pronunciadas ojeras y luego lo deja.
Trata de llegar al refrigerador, pero el cable del teléfono se lo impide.
- No sé cómo he podido ser tan cojuda...
Se queda en la cocina a oscuras. Se apoya de espaldas en la pared de mayólica fría. La única luz en toda la casa es la del televisor con la antena desconectada. Carolina contempla la sala.
- No es cuestión de olvidarlo... -murmura.
Ni un sólo movimiento. Sólo el ruido del televisor y la voz de su amiga saliendo del teléfono. No dice ni una sola palabra hasta que su amiga le pregunta:
- ¿Y Renato?
- Él ya no cuenta.
- ¿Por qué?
- Terminé con él hace dos semanas.
Carolina vuelve al comedor, bebe de un sorbo el agua que quedaba y empieza a jugar con el vaso de vidrio encima de la mesa.
Después de un rato, decide dejarlo.
- Es mejor que te vayas a dormir -dice su amiga.
- Sí, ahorita me duermo.
Cuelgan.
En media hora, Carolina ha prendido todas las luces de su casa y se ha comido todo lo que había en su pequeña refrigeradora amarilla.

lunes, octubre 03, 2005


31.
Carolina mira en la oscuridad de su casa el concierto de Los Abuelos de la Nada que dejó olvidado Mario. No ha parado de llorar y cada mañana, durante lo que queda de este crudo invierno, ha dedicado horas y horas de incomprensible expectación a probarse ropa que no volverá a usar. Luego ve aquel video. A la altura de la canción “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí”, Carolina empieza a llorar.
Aquel físico culturista negro se ha vuelto a subir al escenario y a vuelto a untarse el cuerpo con un aceite extraño. Un aceite que hace que sus músculos sean todavía más brillosos y más perfectos. A Carolina le da pena cuando Miguel Abuelo dice “satán clavó su cola...”.
Quedaron en encontrarse en la bajada Balta por el malecón de Miraflores. Carolina no entendió muy bien de qué se trataba el asunto pero aún así emprendió el viaje de su casa en Breña hasta allá.
En el micro, Carolina se limita a escuchar un casete que no encontraba hace tiempo y que descubrió en uno de los cajones que no abría nunca. Allí estaba grabada la canción en la que Bob Dylan repite: “I want you, yes... I want you...”
Mario llegó una hora antes de lo acordado. Una vez en Miraflores se dedicó a armar cigarros de marihuana con una hierba malísima que había conseguido en el acto durante una borrachera en Magdalena.
Aquella vez, en Magdalena, Droguerto se había puesto a llorar. El motivo era evidente. Estaban Paty, Lili y aquel tipo llamado Walter, que hablaba mucho de todo pero que nadie se animó a preguntarle: “quién eres, qué haces aquí”.
Mario arma un cigarro de marihuana en el baño del McDonals y luego lo arroja a la mitad del camino cerca al puente Villena, cuando una camioneta Pathfinder pasó junto a él. Los policías lo miraron atentos mientras él despedía humo por la boca.
Habían unas cuatro canciones de Bob Dylan. Like a rolling stone y Nockin´ on heavens door, ambas en un concierto en los sesentas cuando Bob seguía dándole a las anfetaminas. De las otras dos, una era en la que repite “I want you... I want you...” y otra una llamada Queen Jane aproximately. Carolina retrocede el casete y vuelve a escuchar la canción en la que él repite: “I want you... I want you...”.
Mario arma otro wiro gordo con lo que le queda de su hierba ponzoñosa, casi negra, que ha comprado en Magdalena. Lo hace en el baño de un café. Cuando sale del baño (en la calle, después de salir por completo de aquel café) se da cuenta de dónde está. Recordó una tarde en que ambos quedaron en encontrarse. Nunca supieron a ciencia cierta qué pasó, pero el encuentro resultó infructuoso. Mario llegó pálido a su casa. Tanto que su mamá se asustó y le hizo la cena. Pero Mario estaba tan pálido que no pudo ni comer. Y un par de horas más tarde, cuando se volvió a comunicar con ella, entendió que todo había sido un malentendido. El celular de la chica había muerto. Ambos habían caminado perdidos por Miraflores. Eso era todo. Mario le había dejado un par de mensajes de voz desesperados, vergonzosos. Ahora, después de un par de meses, Mario por fin entendía que su problema es que la había querido demasiado.
Fuma aquel cigarro de marihuana camino al taller de manualidades donde estudiaba ella. Volver a buscarla en aquel lugar no parece fácil, ni divertido. Y eso a Mario le provoca cierta ansiedad. Finalmente lo encuentra. Es un taller de “vitrofusión”. Mario no entiende de ésas cosas y cuando entra, la chica que atiende el mostrador está mirando una película de ésas que dan por la tarde en canal cinco. Apenas se da cuenta de que alguien ha entrado, la chica cambia de expresión y sonríe.
- ¿Qué te puedo ofrecer?
- Una consulta -Mario sigue atontado-, ¿aquí dan clases de manualidades?
- ¿Manualidades?
- Sí, usted sabe: vitrales, ésas cosas...
- Ah, sí...
Pasan una película de kickboxing. Un enorme luchador tailandés le dice a otro:
- Sangras más que Mei Lin cuando Mei Lin hace el amor...
- Escuche, lo único que quiero es saber si sigue viniendo una alumna.
La chica del mostrador deja de mirar la pantalla y se fija en Mario. Ahora él tiene el pelo corto y apenas una sombra en la barbilla.
- Se llama Carolina... Carolina Franco.
- Ah, verdad. Ahora me acuerdo de ti. Una vez viniste. Buscas a la chiquita de pelo ondulado y lentes.
- Sí.
- Lo siento, dejó de venir hace tiempo. Nunca terminó su curso.
- En serio.
- Sí. -La chica del mostrador le hecha un vistazo.- Ella dijo que tú eras su primo. Si quieres te doy el acrílico que ella empezó.
- No. No la veo muy seguido.
- Pero es verdad.
- ¿Qué cosa?
- Que eres su primo.
- No. Nada más pasaba por aquí y decidí preguntar.
- Ah, bueno. ¿Sabes? Siempre es raro que dos enamorados se parezcan tanto.
- No sé de qué habla.
- Te he esperado demasiado -dice Carolina cuando ve a Mario llegar. Ella está abrigada con una chompa polar negra, sentada en una de las gradas que dan a la bajada Balta. Hace un puchero con la boca. Cuando Mario la besa, ella tiene los labios calientes.
- No me he demorado tanto.
Carolina revisa su reloj.
- Te has demorado veinte minutos.
- Bien, lo lamento.
- Ya se hizo de noche.
- En invierno se hace de noche demasiado rápido.
- Sí.
- ¿Te he contado alguna vez de mi amigo Droguerto? -pregunta Mario, una vez que se han avanzado y caminan por el malecón de Miraflores, casi llegando a Larcomar.
- ¿De quién?
- Droguerto, sí te he contado. Es uno de mis pocos amigos.
- Droguerto. Ya. Muy bien, qué hay con él.
- Bueno, pues. Él siempre ha sido... como un gran icono para mí. ¿Entiendes? Como algo muy contracultural.
- Ya.
Mario lo duda un poco, luego continúa hablando.
- Pues bien. Me acabo de dar cuenta hace algunos días que él no es la gran cosa.
- ¿Por qué?
- Todavía tiene borracheras lloronas.
- ¿Cómo?
- Es una larga historia. Hace unos años él estuvo con una chica por un tiempo, digamos, como un año o dos. Y cuando terminaron, él se tuvo que ir de su casa. Y ahora, después de todo ese tiempo, él sigue teniendo borracheras lloronas.
- ¿Para eso me pediste que viniera? ¿Eso era lo que querías decirme?
- Es que yo no quiero tener borracheras lloronas, o tal vez sí, el caso es que si las tengo siento que no son por ti.
- ¿De qué estás hablando?
- Es más, creo que yo sí tengo borracheras lloronas, muchas, y nunca son por ti.
- Qué es lo que pasa. ¿Quieres romper conmigo?
Mario se queda callado, luego dice:
- Creo que esto ya no da para más.
- Entonces es cierto. Me estás dejando.
- Es lo mejor.
- ¿Todo porque no quieres tener borracheras lloronas?
- No. Porque las tengo y no son por ti...
Carolina mira el mar cubierto con una espesa neblina gris.

30.
- Entonces nunca la olvidó.
- Todavía le dan borracheras lloronas.
- ¿Hablas en serio?
Mario asiente con la cabeza. Miguel le da un sorbo a su vaso de cerveza.
- Eso es muy chistoso.
- Así es.
- Vaya.
Suena Bob Dylan. De la ventana del cuarto de Miguel se ve toda la avenida Aviación, alumbrada con postes de luz, edificios y letreros de neón.
- ¿Y tú?, Mario.
- Yo qué.
- Cómo te va con Carolina.
- Cuál de las dos.
- Las dos. -Miguel encoge los hombros.- Bueno, pensé que la otra ya era historia.
- Es historia.
- Entonces, qué tal te va con Carolina dos.
- Creo que no da para más.
- A qué te refieres.
- Ya sabes. Es aburrido, y en una semana vuelven a empezar clases.
- Mierda.
Termina una canción en la que Bob Dylan repite: “I want you... I want you...”.
- O sea que se emborracha, habla mal de ella y luego se pone a llorar.
Mario sonríe.
- Le dan borracheras lloronas...

29.
Estoy pensando en ella mientras bebemos ron y caminamos en dirección a mi casa.
Estamos borrachos y parece que va a anochecer cuando decidimos cruzar la carretera Panamericana.
Luego, cuando Droguerto y yo tanteamos las frecuencias con que vienen los automóviles y los microbuses, en uno de ésos momentos de iluminación, decido no hacerlo.
No vale la pena.
- Son unos cabros... -dice Lili.
Yo no sé muy bien quién es, ni lo que hace aquí, pero es amiga de Droguerto y de Paty, y parece que Miguel también la conoce. Es una chica de pelo negro y nariz puntiaguda.
Ella dice que me conoce, pero yo no me acuerdo y todo resulta muy confuso.
- El puente Primavera está a cuadra y media -le digo.
- Hay excusas para todo, lo sabes -responde.
La neblina hace que el sol se vuelva a ocultar.
Salió un par de horas, por la tarde, y ahora se vuelve a ocultar.
No quiero hacerlo, pero sigo pensando en ella. Más tarde, cuando se hace de noche y bebemos botellas de Punto G en el parque César Vallejo, todavía a oscuras, ella me pregunta:
- ¿Tú vives por acá?
Mientras me sirve en un vasito plástico un chorro de Punto G.
- Sí -sostengo el vaso con una mano y me lo bebo rápido, de un solo sorbo.
- ¿Conoces a un Gustavo Petrovich?
- ¿Gustavo qué...?
- Petrovich. Vive por allá... -señala un árbol y una calle.
- No. -Más tarde me doy cuenta de que Lili es simpática y tiene un aspecto algo hindú.
Seguimos bebiendo Punto G hasta que pierdo el hilo conductor de las cosas y me quedo a un lado, sin decir nada, que es lo mismo a quedarte callado.
Dejo de pensar un rato y miro fijamente a Lili. Ella, como todas las mujeres que sí valen la pena, a simple vista no resulta impactante. Una vez que ordeno mis ideas y me fijo una meta, cuando recupero el hilo conductor de las cosas y empiezo a actuar de manera más o menos normal, me doy cuenta de que están hablando de heroína, morfina, ketalar, y luego de varios vendedores que conocen y que tienen quizá la mejor cocaína de Lima. Entonces Lili me sirve más Punto G en mi vasito de plástico y continuamos conversando.
Las luces del parque se prenden de un momento a otro y nos dejan al descubierto. Un par de reflectores iluminan la pileta y la estatua de César Vallejo. A lo lejos, la luz prendida de uno de los edificios residenciales que hay alrededor del parque hacen que me acuerde de un verano, cuando unas chicas paradas en aquel balcón de vidrios oscuros le gritaban a un heladero que estaba estacionado en una esquina.
Era un día soleado de febrero. El cielo estaba azul.
Ahora vuelvo y estoy pensando en ella, sentado con mis amigos y bebiendo Punto G en el parque. Estoy pensando en que, definitivamente, quiero acostarme con Lili.
Pero en cuanto ella voltea y me mira ya he cambiado por completo de opinión.

domingo, octubre 02, 2005

premio consuelo

me dices que sí
que te olvide para siempre
que ya no vale la pena
que si pudieras
apretarías un botón que me hiciera desaparecer
porque es más fácil olvidarme
que teñirte el pelo
y ésas cosas.